Crecer no es una tarea sencilla. A lo largo de los años tenemos avances,
retrocesos, desilusiones, esperanzas y dolor. En este trayecto
forzosamente existirán personas que nos lastimen, que nos nieguen
aquello que deseamos, que no nos comprendan o incluso que nos
traicionen. Todos sufrimos alguna vez por causa de otra persona. Ahora
bien: ¿Qué sentimos por ese que nos dañó? ¿Somos capaces de olvidar la
ofensa? ¿Sabemos perdonar?
Cuando una persona perdona a otra, anula
sus malos sentimientos respecto al que le ha ofendido. El perdón es un
acto de valentía para algunos o de debilidad para otros, pero lo cierto
es que perdonar permite romper la relación de resentimiento y amargura
que se había establecido entre nosotros y quien nos ha herido,
voluntaria o involuntariamente.
El perdón, es la llave mágica que
todos debemos encontrar para sanar cualquier tipo de relación. Es una
expresión de amor hacia nosotros mismos y los demás. Perdonar no implica
que te guste lo que estás viviendo, es liberarte de sentimientos de
odio, rencor, envidia… liberándote de ellos, liberas a los demás, no los
retienes en tu mente, dejas libre a esa persona que te ha herido.
El perdón es realmente un acto de amor a nosotros mismos porque cuando
decidimos no perdonar, lo único que hacemos es estancarnos en emociones
negativas. La falta de perdón nos ata a la otra persona o a la situación
que no podemos olvidar y una y otra vez volvemos a recordar trayendo al
presente nuestro dolor. Esto te hará mucho más a ti que a la otra
persona, porque cargar con esos sentimientos donde quiera que vayas y
con quien quiera que estés.
Recordemos que todos los pensamientos
que tenemos van creando nuestro futuro, cada uno va creando su propia
experiencia con las cosas que piensa y que dice. Cada vez que decidimos
no perdonar, debemos recordar que el resentimiento es como tragar una
cucharadita de veneno diaria, se va acumulando y nos daña. Por eso, para
curarnos, debemos perdonar. Enviar luz y paz para que la luz y la paz
regresen a nosotros.
Saber perdonar es pasar página ante una
situación dolorosa, sin resentimiento. Es algo muy importante y de mucho
valor espiritual. Cuántas veces una relación ha llegado a su fin por no
brindar un sano perdón al ser que amamos.
Y si saber perdonar es
importante, tanto o más lo es el saber pedir perdón cuando nos
equivocamos. Muchas personas a pesar de la convicción de la falta
cometida tienden a pensar que pedir perdón significa cobardía y hasta
falta de personalidad.
La realidad es que si estamos seguros de
haber cometido un error no debemos dudar jamás ofrecer disculpas al ser
que hemos ofendido. Esto no significa que demostramos flaqueza sino más
bien que tenemos sabiduría al momento de evaluar nuestros actos. Todos
pasamos por ambas caras de una misma moneda.
Cómo podremos pedir
perdón si no practicamos el saber perdonar. No quita meritos decir
“Perdóname, me equivoqué” o contestar simplemente “Yo te perdono…”, pero
ambas cosas hay que decirlas siempre desde el fondo del corazón porque
sólo así encontraremos paz interior. Saber perdonar requiere estar
dotado de una gran tolerancia y una apertura de mente. Es algo que
enaltece y engrandece al ser que lo practica.
Algunos dirán ¿Por qué
perdonar? Si perdonar no significa olvidar, tampoco significa que
tengamos que comprender ni restar importancia a su error o a su ofensiva
acción. Se trata más bien de hacer un favor al “culpable”, permitirle
sentirse mejor y que pueda volver a empezar.
Amigos, perdonar no es
anular, como si nada hubiera ocurrido; ni es olvidar, como si fuera
posible una amnesia súbita; ni es no tenerlo en cuenta, ser imprudente y
no aprender de la experiencia. No significa ser ni ciego ni ingenuo. Lo
hecho, hecho está y no hay Dios que lo cambie.
Aprendamos a pedir
perdón y a perdonar. Pero recordemos que no porque exista el perdón, la
gente tiene derecho a dañarnos las veces que quiera
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